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  • Foto del escritorLa ExNovia

Tan cerca de la muerte y tan lejos del amor

“¿Cómo me voy a mi casa sin que él haga algo? Ya es tarde y no tengo quién pueda pasar por mí en carro. Ni de loca me salgo caminando, quién sabe cómo se ponga”, pensaba yo estando acostada en su cama, con el celular en la mano, viendo el techo mientras él estaba en el baño, no recuerdo si se acababa de bañar o qué hacía ahí, pero ahí estaba. Sólo quería saber a quién podría hablarle para que pasara por mí sin que él se diera cuenta. Nos habíamos peleado como siempre, ¿por qué? Quién sabe, de todo se enojaba él y sí, le tenía miedo, mucho, me daban miedo sus enojos porque siempre me amedrentaba con palabras o me amenazaba con cosas que yo no sabía si sería capaz de hacer, pero ninguna que implicara que mi vida corría peligro por lo que nunca me pasó por la cabeza lo que ese día estaba a punto de pasar.


¿Ya le marcaste a tu pendejo?, me dijo con tono burlón.


El pendejo era un amigo mío al que siempre le tuvo muchos celos, aunque bueno, todos y hasta todas le daban celos, incluyendo mi familia. En su mente retorcida yo sólo podía ser suya y el problema no era que él pensara eso, si no que yo nunca le puse un alto. Por más enfermo que se me hiciera su comportamiento, nunca hice nada, me daba miedo. Y es que la única vez que me atreví a contarle a mis amigos que él se portaba muy violento conmigo, nadie me creyó, lo tomaron como broma, se rieron y entonces nunca volví a tocar ese tema.


“Ya, pero no contesta”, dije muy tranquila, como retándolo.

“Vuelve a llamarle a ver si viene por ti y de paso te coge”, dijo nuevamente con tono burlón.

Pues no sería mala idea, eh”, le contesté muy macha haciendo a un lado todos mis miedos.

¿Qué dijiste?”, dijo saliendo del baño con un tono retador.

“Lo que oíste”, dije tranquila y sin moverme, muy segura de mí, pero más tardé en decir la última palabra que lo que él tardó en brincarme encima.

Literalmente se me aventó cual león sobre su presa y pasó lo que nunca en mi vida imaginé.


¡Eres una puta! ¡Maldita puta de mierda! era lo único que escuchaba mientras azotaba mi cabeza contra la cama tomándome por la boca y la nariz con todas sus fuerzas, entre tanto ajetreo sólo recuerdo sentir cómo el arete de la nariz se me enterraba en el tabique nasal. No podía respirar, sólo podía medio verlo a él porque me zarandeaba con tanta fuerza que no podía fijar la mirada en nada. No podía respirar. Trataba de agarrarlo con las manos, pero no podía, él siempre fue más fuerte que yo. ¡Puta, puta, puta, eres una puta! No podía respirar, ni gritar, ni nada, pero como pude logré agarrarlo del pelo y lo jalé con tanta fuerza que logré quitármelo de encima, tirándolo de la cama. Me paré y corrí, pero más rápido llegó su mano a mi cuello que yo a la puerta. Como muñeca de trapo me levantó del cuello y me azotó de nuevo en la cama. Se me trepó encima y entre mil groserías me puso una almohada en la cara.


Siempre creí que era una tontería que en las telenovelas o películas mataran gente con una almohada en la cara. De niña hasta me ponía las almohadas en la cara y pensaba: Claro que puedes respirar, pero estaba equivocada, cuando alguien te pone una almohada en la cara con todo su peso encima, no se puede respirar.


En ese momento dejé de escucharlo, o al menos no recuerdo qué más decía, no podía respirar, sólo recuerdo sentir mucha impotencia por no poder defenderme, por no tener la fuerza para quitármelo de encima, también sentí mucho dolor por la fuerza con la que me aplastaba la cara, de milagro no me rompió la nariz, y miedo, sentí mucho miedo porque realmente pensé que me iba a matar. No podía respirar. Tengo muy presente haber pensado en mi familia con mucha tristeza porque sentía que nunca los iba a volver a ver y como en las películas, vi pasar frente a mis ojos varios momentos de mi vida. Cuando estaba a punto de darme por vencida, sonó el timbre de su casa.


Sí, milagrosamente tocaron el timbre. Paró, dejó de gritar y de apretarme con la almohada. Respiré profundamente entre lágrimas. “¡Cállate!”, dijo murmurando entre dientes. “Quédate aquí.” Salió del cuarto y abrió la puerta.


“¿Qué pedo, wey? Vamos por unas chelas.”


Eran nuestros amigos, amigos que lo querían mucho y que siempre me decían que era muy afortunada por tener a alguien como él que me amaba tanto. Los mismos amigos que no me quisieron creer la única vez que quise hablar sobre el maltrato que recibía. Amigos que hasta el día de hoy me siguen reprochando lo culera que fui cuando lo dejé y él cayó en depresión. Amigos que sin querer me salvaron la vida ese día. No lo saben, pero les estoy eternamente agradecida.


“Uy, déjenme ver si mi niña ya se despertó porque se quedó bien dormida”, dijo ese maldito cínico con su tono de niño bueno enamorado.


¡Ah, pinche mandilón, no mames! gritaron todos.


Yo estaba petrificada en el filo de la puerta del cuarto, llorando, temblando, escuchándolo todo sin poder comprender qué había pasado, qué estaba pasando y qué iba a pasar. En ningún momento se me ocurrió gritar o salir corriendo. El miedo y el shock me tenía paralizada.


Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando él entró al cuarto. Me vio, me jaló para adentro tomándome del brazo y tronando los dedos me dijo:

Límpiate esas pinches lágrimas que ya nos vamos.


A partir de ahí, no recuerdo qué pasó. Mi menté bloqueó todo. No tengo idea de cómo salí de ese cuarto, si sí fuimos por chelas con ellos, si pasó mi mamá por mí o qué chingados. Sólo sé que no lo dejé, seguí con él y en otro enojo nuevamente casi me mata. También recuerdo los moretones en los brazos y muchos más en el alma con todos los insultos, las manipulaciones, las amenazas y las groserías que me decía siempre.


Duré casi 2 años en esa relación y sin exagerar puedo decir que yo pensaba que la única manera de salir de ahí sería cuando me matara, pero finalmente un día, después de que me quedé sin amigos, me alejé de mi familia y sentí que ya no tenía nada que perder, me llené de valor y lo mandé a la chingada.


La violencia es algo que empieza muy sutil y puede terminar en una desgracia. Desgraciadamente muchas no salen de ahí o lo hacen ya muertas.


Si no sales corriendo a la primera red flag que veas, saldrás cuando lo rojo que veas sea la sangre que sale de tu cuerpo después de una pelea.


No dejes que eso pase, PIDE AYUDA.




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